
PEN GUADALAJARA
Siempre recuerdo aquel invierno en Sevilla. Estaba recién llegado de Argentina. Fui
con unos amigos a caminar por la calle Castilla en el barrio de Triana y, terminamos en Casa Rufina, nos asignaron una mesa en el segundo piso; al centro del salón una muchacha ejecutaba una danza de movimientos enérgicos; la música le ponía fuego a su frágil cuerpo. Quedé fascinado ante la imagen. Cuando alzó el rostro moreno y sus ojos profundos me miraron sentí una emoción desconocida, instante que terminó cuando el cantaor rasgueó la guitarra elevando un cantejondo, suavizando al duende de la bailaora, que ahora danzaba más lento mientras sus brazos dibujaban encajes en el aire.
Aún no me reponía del embrujo, cuando una melodía surgida de una garganta femenina me lanzó bruscamente a las calles del barrio de Palermo: era una milonga orillera vestida de faroles. La melancolía abrió la memoria del Buenos Aires que dejé, el de las calles ignoradas y balcones retacones, del arroyo de Maldonado que traza la línea invisible del territorio de los malevos cuchilleros, y de compadritos reunidos en el Boliche para bailar tangos dolientes acompañados por un somnoliento bandoneón.
El ambiente gitano fundió en la misma imagen el recuerdo de los inmigrantes moros y armenios que vivían en Villa Crespo. Por un instante olvidé dónde estaba, y retrocedí al paisaje invernal que veía desde la ventana de mi casa en la calle Serrano: árboles desnudos, nieve gris, gente con frío. Mis sueños de escritor los dibujé con vaho sobre el vidrio de la ventana.
Salí de la taberna sostenido por los brazos de mis amigos que bromeaban por el estado en que me encontraba. Bajamos por el Altozano y cruzamos el puente de Triana; el río Guadalquivir se había bebido las estrellas dejando solo una en el fondo de sus aguas. No hablé en todo el camino. El dolor de la timidez arremetió mi conciencia. La madrugada asomó por encima de los techos y con ello se alejaba la realidad que con el día se convertiría en obsesión. El invierno parecía disfrazarse de verano porque no sentía frío; el sudor recorría mi frente.
Al día siguiente, por la tarde, salí del hotel y caminé por la ribera del río. El atardecer siempre me ha parecido triste, como si el cielo se quedara ciego y necesitara de la luz de la luna para ver. Sin darme cuenta llegué hasta las puertas de Casa Rufina. Aún era temprano y había pocos parroquianos. El hombre tras la barra me miró receloso. Pedí una cerveza y me senté cerca de la ventana, ignorando qué era lo que hacía ahí. Una sombra perfumada de loción Maja se acercó. Sabía que era ella. Se sentó frente a mí y me miró sin decir nada. Era tan bella, recordé a las mujeres pintadas por Sorolla. Intenté hablar pero mi lengua se turbó. Una sonrisa fue la respuesta a mi torpeza, se levantó y se fue. Salí de prisa a la calle, avergonzado, era la primera vez que amaba intensamente a una mujer y no había podido decirle nada. El invierno se soltó de lleno con un frío rencoroso. Caminé por calles angostas que me regresaban al punto de partida. La taberna estaba fulgurante, la música traspasaba las paredes, podía imaginar a la gitana bailar. No entré, regresé al hotel y al día siguiente partí a Madrid. El tren cruzó por los campos andaluces, a lo lejos miré la Sierra Nevada vestida de blanco; pensé en ella, cerré los ojos y el aroma de Maja embriagó a la imaginación. Fue tan viva la sensación que cuando los abrí estaba ella frente a mí, sentada junto con una mujer mayor. Los volví a cerrar para ahuyentar a la fantasía y simulé dormir hasta que el porter anunció la estación de Atocha. No me moví, esperé unos minutos para asegurarme de que los pasajeros habían bajado, me asomé a la ventana, la vi alejarse por el andén.
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Laura Hernández Muñoz. Maestra en Historia por Escuela normal superior Nueva Galicia. Becaria del Instituto de Cultura Hispánica para cursar estudios de Doctorado en Teorías Económicas de la Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Diplomada en Literatura del tercer milenio. SOGEM. Fundadora de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de México. ALIJME A.C. 2009. Medalla de oro en el certamen de poesía Mahatma Gandhi de la WWCP, Chennai, India 2007. Su obra ha sido publicada en numerosas revistas, antologías, y libros internacionales. Su obra poética ha sido traducida al inglés, italiano, francés, portugués, japonés, farsi, griego, rumano, polaco, eslovaco, y árabe. Es autora de 22 libros. Géneros: Narrativa, poesía, dramaturgia, crónica y ensayo.