
PEN GUADALAJARA
Todos hemos tenido un gato, o al menos, eso es lo que creemos. Escondido en algún lugar de la memoria, pensamos que un gato siempre será la más grata compañía; pues para compañía, nadie mejor que un gato.
A nuestro lado, en el regazo, un poco distante, pero siempre alerta, un gato nos acompaña. En la oscuridad estruja su cuerpo de felpa junto al nuestro o maúlla quedito para poner en claro su presencia.
Fantasma de instantes repetidos, continuo interrogante de ausencias, escurridizo amante de caricias eléctricas, criatura quasi inmortal y mítica; el gato, satisfecho de sí mismo, tiene el descaro de gruñirle a sus rivales que con creces lo superan en tamaño o bostezar sin reparo frente a su dueño.
Si decides escrutar los designios que ocultan los ojos de un gato, obtendrás la certeza de que a través de sus diamantes cristalinos, la negrura de pupilas traerá de vuelta el reflejo de tus propias conjeturas.
Recuerdo un tiempo en que un gato habitaba mi pasado. Cercano a mi infancia, exploraba los rincones de mi inconsciente alejando la melancolía, y evitado que los ratones del infortunio carcomieran mi cordura.
Hoy sigo buscando a mi gato. Creo saber que en el escondrijo más borroso de mi pensamiento: se estira, bosteza, se esconde. Entonces, abrirá sus ojos color miel para delatar su permanencia.
*******
Jorge Luis González. Guadalajara, 1972. Cuenta con dos maestrías en Ciencias de la Información por la Universidad de Guadalajara y el ITESO. Compilador y editor de Entre tintas… tinto (ocho poemarios). Ex becario del Centro Estatal para la Cultura y las Artes por su libro Entre espejos, cae mi voz (Grafisma, 2020). “Escribo porque en cada nuevo drama imaginario, ya sea que esté contado, escrito o tan solo tejido en la memoria; se bifurca o se suspende, eso que llamamos realidad.” El texto publicado está incluido en Entre tintas… tinto VIII, Antología sobre gatos (Libro de autor, 2021).