Annette Candelaria
“Gracias, señora Matilde, me sentaré al lado de Benito, porque sé que es él y hace mucho tiempo que no hablamos”, le expresé a la enfermera del centro. Camino ansiosa por llegar a ti, y un tumulto de mariposas vuelan en mi estómago. Mis piernas no están sincronizadas con mi corazón. Mi deseo por avanzar es inmenso como inmenso es el mar, mas mis piernas…
Deseo decirte tantas cosas, Benito, tengo tantas palabras acumuladas en la garganta peleando unas con otras para salir. Acalladas por el tiempo, por la distancia, por la realidad, por tantas cosas que no sé si el reloj me dará el permiso o si el sol esperará en el horizonte a que vierta sobre ti lo que no te dije nunca.
Con el deseo de avanzar casi tropiezo, la nube opaca mi visión, y este pedazo de metal, en vez de servir para apoyarme, solo puede hacer de compañero oyente. ¡Tantos años, Benito! Tantos momentos hermosos que vivimos hasta que te fuiste a pelear por otros, y yo esperando que pelearas por mí, mientras contaba los días en el calendario por tu regreso. El cartero no volvió a visitarme, y nunca más disfruté de las primaveras en mi vida. No te dije que te esperaría, aunque no lo pediste, pero te esperé. Porque mi mundo estaba unido al tuyo, y tus mares en un punto se encontraban con los míos; ya no había forma de desligarme de ti.
Ya casi llego, Benito, para sentarme a tu lado. Sé que veré en tu rostro las huellas de una travesía que ha sido larga y difícil, pero igualmente lo verás en el mío. ¡Al fin! Podré decirte lo que no te dije cuando éramos libres para amarnos aun siendo amigos. Que aquellos encuentros dejaron una huella imborrable en mi vida. Que mis padres me castigaron porque no querían que te viera. Pasaron tantas cosas, que quise contarte, aunque fuera por medio de las cartas, pero cortaste toda comunicación y nunca supe el por qué.
Un poquito más, Benito, no te me vayas a levantar para marcharte. Estoy llegando, ya me falta poquito. Hay que ver cómo con los años perdemos toda habilidad de movernos rápido. Mas mi corazón, cual gacela, está corriendo y brincando de emoción al saber que estás ahí. Ahora podré desnudar mi alma ante ti y decirte lo que no te dije todas esas veces que me preguntaste qué pensaba hacer con mi futuro. Pues ahora quiero contarte cuál fue mi futuro, y tú fuiste parte de él.
¿Qué estarás pensando ahí, tan quieto y tan callado? Un paso más y logro al fin verte de frente. No sé si podré sostenerme cuando te vea.
—¡Benito! Hola, ¿cómo estás?, ¿te acuerdas de mí?
¿Porqué me mira, sonríe y no dice nada? Tal vez no se atreve a hablar porque está asombrado de verme. Sí, eso debe ser. O tal vez no me reconoce.
—Me sentaré a tu lado, soy Mercedes, Benito. Tu Mercedes. La que te acompañó en tus años de escuela superior. La que te acompañaba a todos tus juegos de pelota porque tus padres no iban. Desfilamos juntos en la graduación, tu compañera de travesuras.
Observo cómo me mira con esos ojos hermosos.
—Me enteré de que estabas en este centro y quise que me trajeran aquí para hablar contigo, compartir y recordar cosas hermosas que vivimos, si no te molesta.
No habla y creo que no me conoce. Está ausente, su mente no está aquí.
—¡Ay Benito! ¿Qué tienes? Benito, estoy aquí para decirte lo que no te dije antes de que te fueras de mi lado. Lo más probable es que no entiendas, pero no importa; aún así lo diré porque este corazón necesita descansar.
—¡Don Benito! —le llamaba la enfermera— ya vinieron a buscarle.
—¿Cómo que vinieron a buscarle? —pregunté a la enfermera.
—Su hija lo vino a buscar porque se lo llevará para atenderlo en su casa.
—No puede ser, llevo toda una vida esperando por este momento y ni cinco minutos tuve para hablarle.
Entonces mordí mis labios para no gritar; total, de qué serviría. Bajaré el rostro para no mirar y ver cómo nuevamente te vas de mi vida. Respiraré profundo para que el olor del mar llene mi existencia y olvidar el perfume que por un breve instante recibí de tu presencia.
Una vez más te has ido, aunque hace mucho tiempo te fuiste. Esa enfermedad se ha robado tantos sueños sin conquistar.
—¡Madre! ¿Podemos irnos?
—Sí, hijo.
—Cuando llamaron al señor que salió creí que me llamaban a mí.
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Annette Candelaria. Nació en New Jersey y se crio en Utuado, Puerto Rico. Es miembro de PEN de Puerto Rico Internacional. Autora de Ojos de plata, su primera novela, y Cómo deleitarme en Jehová en medio de mis pruebas, un libro de crecimiento espiritual.