
Romeo suspiraba y exhalaba palabras de amor. Recitó aquel parlamento de la pálida luna, que escondía su languidez ante la inefable hermosura de la mujer extasiada en el balcón. Le dijo que sus ropas se habían destrozado y sus brazos estaban ensangrentados, por el enorme esfuerzo de subir las tapias del jardín. En esos días el joven pasaba por un leve desgaste físico, al haber caído en vicios causados por su obstinación.
Julieta lo miró extenuado y sudoroso. Le molestó sentir una granizada de compasión por aquel mancebo de bonita apariencia, buenas maneras y lírica conversación. Lo hubiese invitado a que subiera hasta ella, pero lo vio tan maltrecho, que optó por elogiar sus palabras poéticas y agradecer la hazaña de llegar hasta su casa, poniendo en riesgo su vida.
Cuando Romeo abandonó la escena, Julieta pensó que era más conveniente fijarse en el musculoso jardinero, que aunque no fuese tan guapo y labioso como el galán enamorado, su apellido no resultaría tan conflictivo. De este modo, el dulce juego del amor no habría de terminar en tragedia.
Pedro Juan Ávila Justiniano es poeta, dramaturgo, narrador, promotor cultural, maestro de Teatro y profesor universitario de Lengua y Literatura. Nació en Manatí, Puerto Rico. El texto publicado está incluido en el libro Para volver a mirarte.