
PEN CHILE
El tiempo se come la vida a grandes bocanadas, las auroras se suceden imperturbables, conjunción o no, sol o sombra de luna. La florescencia se resiste, pero su tallo se dobla cada día más hacia la tierra que espera la semilla. El aloe me observa serio, mudo. Con un gesto suave de niño cuidadoso, pone mi frágil velero en el agua y lo empuja dulcemente lejos de él. Mis alas tiemblan, mis velas apenas se inflan.
Comienza una etapa de comunicación de mí conmigo misma y mi entorno sin ayudas ni inspiraciones externas. Mi vulva ya ha sido impregnada. Ahora debo procrearme y de verdad caminar el sendero.
Busco símbolos, pinturas rupestres que me digan algo de mis cavernas interiores. Busco a la mujer que quiero ser y que se encabrita de impaciencia frente a mis miedos y simulacros. Isadora Duncan, Frida Kahlo, Leonora, Carrington Eloísa, Hildegard, Von Bingen, Gabriela Mistral, Simone de Beauvoir, Alma Mahler, Melusina. Sus almas se ríen de mis devaneos en redondo.
La navegación se vuelve ruda. Absurdamente, la soledad de la Navidad pesa más que otros días del año. El 24 en la noche me hundo agradecida en el agua tibia de la piscina rodeada de flores. Al volver al departamento, me siento en el balcón, mi pelo goteando sobre las baldosas. Veo autos llegar a las casas, gente caminar hacia ellas con bolsas de regalos y fuentes de comida, a los anfitriones recibirlos con grandes abrazos y risas, las puertas cerrarse frente a mi nostalgia viva de tamarugo en el desierto.
Sin embargo, la exploración no es en vano. Entre las penumbras se abren rendijas de visión en las que las flores se vuelcan hacia mí y me piden ir más al fondo, a lo simple, a las preguntas que no me atrevo a hacerme, a la tolerancia que me vuelva más permeable a la realidad, al momento de enfrentarme a mí misma y dar otro salto de mi espíritu luminoso. Me hago Reiki con mis manos sobre mis ojos y mis oídos, mi garganta, mi bajo vientre, con una oración en los labios venerando lo que es más grande que yo y de lo que soy parte. Mi cuerpo ondea de una vibración colosal. Tengo tanta necesidad de paz y armonía, y sólo yo puedo generarlas en estos momentos en que no hay otro interlocutor más que mi propio corazón. Pido encarnar más dulzura, más generosidad, más bondad, más belleza.
Busco tejer puentes orgánicos entre lo que anhelo y lo que hago, para cumplir con lo que ansío, sin la desesperanza de mis bloqueos. Quiero el relax de lo logrado, desde el detalle más doméstico hasta lo más creativo. No quiero temerle a los amaneceres y menos al insomnio. Busco respuestas que me animen a clarificarme. Porque soy alguien que siente horror de hacerle daño a quienes más me han hecho daño en la vida.
Paradojas que las plantas de mis balcones me raquetean de vuelta con fuerza, exigiendo – sin decir nada – mi alineación y resolución. Las cuido, trasplanto, fertilizo, amo, y en su tranquilidad y confianza mutua descanso para poder atrapar la punta del hilo de mi introspección. Respiro expandiendo ondas de energía amorosa que llegan hasta otras galaxias, tocando a amigos y desconocidos. Escucho a Beethoven, escalando y cayendo en sus movimientos alocados. Me energizo de ideas y colores.
Encuentro una foto de mi Aurora quinceañera, de carita desolada y moño deshecho, frente a las ruinas de Hiroshima. Hermosa en su daño, color sepia a pesar del verano estruendoso.
Recibo de regalo los iloveyousomuch-iwishiwerethere de mi hijo y su promesa de que la próxima Navidad estaremos juntos. Y un vestido de lino simple como una hoja de gomero que me viste de señoridad neutral. El aguamarina y la plata se enlazan en mis dedos, los símbolos se vuelven agua, como han estado intentando todos estos meses, queriendo romper los diques de mi intelecto. Se avecinan riachuelos saltando entre rocas musgosas, ríos subterráneos, oleajes alegres.
Soles, soles, soles. Cada uno de fulgores diferentes se alzan en mi cielo uterino, reflejándose en lo que queda de mis líquidos internos. Brillan, giran, salen y se ponen tras rugosidades ya secas.
Ha sido un tiempo desbocado. Mucho quehacer interno y manos cansadas. Toco al aloe pidiéndole permiso para levantar sus hojas pesadas de fecundidad y poder regarlo. Él no dice nada. Sólo se deja cuidar, preparando la partida de sus hijos que ya están casi de su porte inundando el macetero. Él en su destino y yo en el mío, unidos por sentimientos cósmicos sin nombre ni dimensión.
Desencarnada de flores, necesité revisitar mi humanidad para conectarme aún más con el reino natural. Subo los brazos hacia el sol y le doy la bienvenida a lo que me deparen los años que me quedan. Tengo aún tiempo para ordenar mis cosas, crear muchas otras y transformar mi corazón en un algodón rosa pálido de azúcar para comer a mordiscos una tarde de fiesta estival.
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Aurora López Cancino. Nació en Valparaíso, puerto de poetas y marinos. A los trece años el golpe militar la catapultó hacia el resto del planeta, donde ha ejercido mil ocupaciones y sembrado mil amistades. Desde los siete años, escribe sin riendas, pero en los últimos doce años se ha especializado en el tema de la memoria. La alquimia de los recuerdos y el presente embellece y da sentido a su vida nómada.